Una eliminación competitiva y un papelón histórico. Mientras River se fue con la frente en alto tras luchar en un grupo de élite, Boca se despidió con una vergüenza imborrable al no poder vencer a un equipo semiprofesional, sellando un fracaso rotundo para el fútbol argentino.

El sueño argentino en el Súper Mundial de Clubes de Estados Unidos ha terminado de la forma más abrupta y dolorosa posible. En una misma semana, sus dos clubes más emblemáticos, River Plate y Boca Juniors, quedaron eliminados en la fase de grupos. Sin embargo, aunque el resultado final es idéntico, las formas, las sensaciones y las consecuencias no podrían ser más dispares. El torneo que prometía ser una fiesta para el país campeón del mundo a nivel de selecciones, se convirtió en el espejo de dos realidades opuestas: la de una lucha digna que no alcanzó y la de una crisis profunda expuesta ante los ojos del planeta.

River Plate: La Integridad Intacta en la Derrota

La historia de River en el torneo fue la de un equipo que se atrevió a soñar. Su camino en el Grupo E comenzó con un arranque prometedor, una victoria contundente por 3-1 sobre el Urawa Red Diamonds de Japón que llenó de ilusión a sus hinchas. Siguió un empate sin goles, trabado y muy disputado, contra el rocoso Monterrey de México. Todo se decidía en la última jornada, en un duelo de gigantes contra el Inter de Milán.

Allí, el equipo de Marcelo Gallardo compitió, pero la jerarquía europea se impuso. La derrota por 2-0 selló su eliminación, dejándolo en el tercer lugar del grupo con 4 puntos. La sensación que permea desde el plantel y la cobertura mediática es la de un «sabor amargo», la de haber estado cerca. Como declaró su capitán, Franco Armani, «lo dimos todo y peleamos hasta el final». River se fue de Estados Unidos con la cabeza en alto, eliminado por potencias mundiales pero con la certeza de haber competido con dignidad.

Boca Juniors: Crónica de un Papelón Histórico

Si la eliminación de River fue un golpe, la de Boca Juniors fue un terremoto de consecuencias impredecibles. Su participación en el Grupo C se convirtió en una crónica de la vergüenza. Tras empatar 2-2 con Benfica y perder 2-1 con el Bayern Múnich, el equipo llegó al último partido contra el rival más débil del torneo, el Auckland City de Nueva Zelanda, con la obligación no solo de ganar, sino de golear.

Lo que sucedió en ese partido fue el reflejo de una crisis profunda. Boca fue incapaz de superar a un equipo semiprofesional y el bochornoso empate 1-1 se convirtió en el símbolo de su fracaso. La frase que resonó en todos los portales y redes sociales fue lapidaria: «No le puede ganar ni al Auckland».

La eliminación de Boca con solo 2 puntos no fue una simple derrota deportiva; fue una humillación que ha desatado una tormenta interna. La cobertura ya no habla de lo que pudo ser, sino de la «limpieza» que se viene en el plantel y de la millonaria cifra que el club perdió por no avanzar. Se fue del Mundial por la puerta de atrás, dejando una herida profunda en el orgullo de sus hinchas y una mancha en su prestigio internacional.

Así, Argentina se despide del torneo de clubes más importante del mundo con sus dos gigantes fuera de combate. Uno, con la amargura de la derrota; el otro, con la vergüenza del fracaso. Dos caminos, un mismo destino desolador que obliga a una profunda reflexión sobre el verdadero estado del fútbol de clubes en el país campeón del mundo.