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El Sánchez-Pizjuán se ha convertido en un jardín de infancia para cualquier equipo, qué decir de los poderosos. Ya han abierto sus puertas, como todos los de España, pero en Nervión viene a divertirse niños más grandes. Y todos de fuera. Los que allí habitan no sonríen ni se sabe desde cuando. Ni tienen que romper a sudar para deshacerse de un Sevilla que presumía de su alma guerrera en Nervión y que este año ha perdido hasta el gen competitivo que siempre ha acompañado a un equipo en clara depresión. No salen de un agujero negro cuya solución cada día parece más el cambio en el banquillo. Lopetegui toca teclas, pero es que el conjunto está totalmente caído. En la lona. Sin pulso. La grada despidió al equipo con una sonora pitada tras sufrir una nueva goleada en contra. Siete goles en pocos días. Las vergüenzas, fuera. Un Sevilla que no da la talla para la Champions.